miércoles, enero 30, 2008

Soplao

En ocasiones, ya lo he dicho alguna vez, hace falta que venga gente de fuera para que te animes a visitar rincones del lugar donde vives. Lugares nuevos, por dejadez o desconocimiento; o sitios donde hace mucho que no vuelves, quizás porque piensas que ya no tienen nada que ofrecerte.

El caso es que hace unas semanas, aprovechando que una pareja de amigos se pasaron por aquí durante dos días, me apunté a ir con ellos a visitar El Soplao.

Que era algo que tenía yo ganas de ver pero que, hasta ese momento, no se había dado la ocasión.
Para todos aquellos que no han ido, se lo recomiendo.

Tuvimos la suerte de estar en un grupo de sólo 7 personas, con lo que la visita parecía casi privada. Eso nos dió la oportunidad de preguntar lo que quisimos, pararnos un poquillo más en cada punto del recorrido, y disfrutar (al menos en mi caso) como gorrinos en un maizal.

Las sensaciones son increibles una vez dentro, cuando la cueva te envuelve, y los blancos de sus paredes te rodean. Las estalagtitas, estalagmitas, las columnas... Todo el conjunto conforma un entorno precioso, hermoso solo por existir, que habla del tiempo transcurrido en las profundidades de la Tierra, del lento caminar del agua, de la leve y determinante acción de las corrientes de aire y los movimientos sísmicos.

Es impresionante quedarse quieto y observar, como las agujas de piedra se alzan del suelo buscando no se sabe qué. Y como la misma piedra que parece descolgarse del techo, acude a su encuentro.

Y saber, llegar a ser consciente de ello, que generaciones y generaciones caben en apenas unos centímetros de roca.

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