Esta mañana he vuelto a leer un poema de José Hierro, que enlaza perfectamente con lo que yo trataba de explicar en una entrada anterior. Aquí lo dejo, como complemento a aquello que intentaba hacer llegar..
Llegada al mar
Cuando salí de ti, a mí mismo
me prometí que volvería.
Y he vuelto. Quiebro con mis piernas
tu serena cristalería.
Es como ahondar en los principios,
como embriagarse con la vida,
como sentir crecer muy hondo
un árbol de hojas amarillas
y enloquecer con el sabor
de sus frutas más encendidas.
Como sentirse con las manos
en flor, palpando la alegría.
Como escuchar el grave acorde
de la resaca y de la brisa.
Cuando salí de ti, a mí mismo
me prometí que volvería.
Era en otoño, y en otoño
llego, otra vez, a tus orillas.
( De entre tus ondas el otoño
nace más bello cada día. )
Y ahora que yo pensaba en ti
constantemente, que creía...
( Las montañas que te rodean
tienen hogueras encendidas.)
Y ahora que yo quería hablarte,
saturarme de tu alegría...
( Eres un pájaro de niebla
que picotea mis mejillas. )
Y ahora que yo quería darte
toda mi sangre, que quería...
(Qué bello, mar, morir en ti
cuando no pueda con mi vida.)
1 comentario:
No hay forma mejor que expresarlo.
Tiene que ser extraño vivir en su sitio sin mar. No poder sentir la fresca brisa en verano, ni el olor de yodo y salitre. No poder oir la fuerza con la que rompes las olas, ni ver como cambia de plata a verde según esté el cielo que se refleja en su ora tranquilo, ola embravecido espejo.
Sentir que está ahí aunque no lo veas.
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