viernes, noviembre 17, 2006

Intersecciones (II)

El valor le llegó en una corriente de aire. Fue de repente, mientras oía distraído la misma charla intranscendente de todos los días. Sintió crecer dentro de si una sensación desconocida, que lo desconcertó. Por eso, cuando en medio de una interminable relación de productos a comprar en el supermercado, se oyó decir: No te aguanto más, le pareció estar viendo la escena de una película, como quien se está muriendo y flota sobre el quirófano, mientras los médicos gritan, y las enfermeras corren de un lado a otro, y todo es ruido y prisas.

Tal vez por eso le extrañó la quietud de ella, su silencio. Y le sorprendía aún más su propia seguridad, sentando en la mesa de aquel bar. Un bar, se dió cuenta entonces, que nunca le había gustado. Como tampoco le gustaba su ropa comprada por ella, ni su coche, que ella escogió fíjate cuanto espacio, ni su trabajo en la oficina del suegro ¿donde vas a estar mejor que aquí?. O su casa, amueblada y decorada por ella. Los hombres no sabéis de estas cosas, recordó que le dijo. Ella siempre tenía algo que decir...

Y era triste darse cuenta de pronto, en un momento, que tu vida, toda tu vida, te resulta odiosa.

No te aguanto más, se oyó repetir. Sus ojos fijos en los de ella, las pupilas enredadas en un combate silencioso.

Fue una suerte que ella no dijese nada. Tal vez al oirla el valor se hubiese ido envuelto otra vez en el viento. Sin embargo, quizás por la sorpresa, se había quedado muda.

Estoy harto de mi vida, de nuestra vida, de mi vida contigo. Harto de tus amigos, de tu padre... fue desgranando, mientras las palabras se agolpaban en su boca y las ideas inundaban su cabeza. Y supo que si había un momento para el valor, era éste.

Me siento cansado de tu silencio en nuestra cama. Cansado de tu desinterés, y del mio. Me horroriza pensar en nuestra casa, siempre triste, siempre vacía, siempre silenciosa. Y no soporto la idea de volver allí contigo, y seguir como hasta ahora, un día, y otro, y otro, mientras fuera de esas cuatro paredes el mundo corre hacia una vida que yo no vivo.

Sintió mientras hablaba crecer aquella sensación cálida en su interior, mientras su cuerpo se liberaba de un peso de años. Y quizá fue esa impresión de ligereza lo que le llevó a levantarse de aquella mesa, de aquel bar pequeño de ciudad pequeña, sin dar siquiera tiempo a una réplica. Algo que, por otra parte, y con su recién estrenado valor, no le interesaba lo más mínimo.

Quédate con todo, se despidió. Y supo, lo supo a ciencia cierta mientras se despojaba de una corbata que lo había estrangulado por años y la dejaba deslizarse por su mano hasta el suelo, que aquellas tres palabras serían lo último que le dijese.

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